lunes, 16 de noviembre de 2009

18. Estancias en el Bohemia.


Café repleto de todo y de nada:
de aquellos que construyeron Babel y le pincharon un ojo a Dios con un tenedor,
de aquellos a los que Dios cagó.

Melodías que aprecian unos,
ritmos que aprecian cuerpos de unos
que se mueven,
que no aprecian melodías.
Palabras que profieren los unos
que no aprecian ni lo uno ni lo otro.
Y los "ningunos".

Recojo cada porción de realidad,
la mezclo con cada porción de irrealidad,
mía,
y lo remuevo.
Hago una crema más fuerte que el acero,
que atesorar y preservar.
- ¡No te atrevas a llamarlo recuerdos!
Es una realidad. Puedo tocarlo, tocarla.

Se esconden tímidamente torsos detrás de humos,
y otros humos vomitan torsos que antes estaban ocultos,
por humos.
Hay torsos perplejos, obnubilados, que ni sienten ni padecen.
Hay torsos mecánicos,
torsos mediocres,
torsos que por ser torsos no follarías y que querrías.

¡Ti - ti! ¡Ti - ti! ¡Tin - Tin!
La música apremia a la textura.
Y el aire parece solidificarse:
te golpea para que te muevas.
¿Aprecio ritmo o melodía? ¿O ambas?
No aprecio palabra.
La escupo de la boca de tinta de mi mano,
para mi mezcla de acero.

Me miran caras,
muchas.
Me miran.
Miran a él.
Miran a ella.
Miran al suelo
con ojos ciegos de pasta de celulosa,
y cristal,
e historia ...

El movimiento de un ventilador me hipnotiza.
No soy aquel que aprecia el ritmo, o la melodía.
No soy aquel que aprecia la palabra.
Ni soy el "ninguno".
Soy el que observa.
Observar que observo vida,
suelo, reflejo, melodía, ...
olor.
Todo.
Líquido, sólido.
Invisible.

A veces me sorprenden las miradas de "ningunos", y de idiotas.
Yo les despiezo con mi boca de tinta:
- ¡Clamad! ¡Ajá!
Les añado a mi crema de acero.
Pobres, no alcanzarán a entender el poder de mi venganza:
la perpetuidad.

Mi pequeño tesoro es este sitio
que no es mío.
- ¡Vean amigos cuan pobre soy!

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