jueves, 16 de abril de 2009

5. Citas a Ciegas.

Todos hemos experimentado el grato placer VS intensa incomodidad que las citas a ciegas nos reportan.

Por lo general considero las citas a ciegas como un recurso extraño, quizá desesperado por conocer gente. Me explico: por lo general, bien sea en metro, autobús, tomándote una copa un sábado noche u ojeando cómics en una librería, la ciudad te tira montones de gente. Estas personas establecen contacto contigo – un “hola”, un “¿te puedo ayudar?”, un “¿te apetece una copa?” o un “¿Hacia dónde está la calle Jesús?”- o bien no lo establecen – porque pasan sin más o porque esperan una reacción tuya que no ha llegado -. De esas personas que establecen contacto contigo – es decir, ese – un “hola”, un “¿te puedo ayudar?”, un “¿te apetece una copa?” o un “¿Hacia dónde está la calle Jesús?” – tu decides si interaccionas – bien con un gesto, una palabra ... – o bien si desechas esa toma de contacto y la evitas, la obvias o la esquivas. Y aún más, de esa gente con la que interaccionas, puede que la interacción se convierta en un flujo mutuo que desemboque en el establecimiento de algún tipo de relación – la que sea – o bien que esa interacción sea puntual, momentánea y no repetible en otro tiempo y espacio diferente. Aún así lo que está claro es que la sociedad nos da oportunidad de desarrollar nuestra vida social fácilmente, o de manera relativamente fácil. Y si esto es así, ¿qué necesidad tenemos de pasar por una posible mala toma de contacto, una más que probable decepción, o “pasar un mal rato” buscando encuentros no casuales que se añaden a los que ya la vida, por el mero hecho de vivirla en sociedad, nos da , y que por supuesto no son mucho mejores.

Este es otro de los tantos razonamientos eminentemente obvios que el ser humano “se pasa por el forro que prefiera” para evitar ese comportamiento “lógico” –evitar las citas a ciegas- y arriesgarse a la catástrofe. Bien es cierto que una mala cita no es el fin del mundo ni la pérdida de la autoestima personal, pero si es un mal rato que no tenemos porque pasar.

Ahora bien, también está el otro lado de las citas: lo que sería el lado positivo, o el que la cita salga bien – algo que según mis estadísticas ocurre en un 80 ó 90 % de los casos-.
En ese supuesto, la cita habría funcionado: no sólo habríamos establecido una toma de contacto con alguien nuevo, sino que se habría producido un reiterativo y recíproco flujo de interacciones y ambas personas diríamos comúnmente que “han conectado”. En ese caso probablemente seríamos cínicos y adoptaríamos una actitud “pro- citas a ciegas” fruto mismo del agrado que nuestra triunfal cita nos ha reportado. Esto es un error básico del ciudadano medio cuya cabeza parece funcionar de la siguiente manera : recuerdo malo de A, recuerdo malo de A, recuerdo malo de B, recuerdo malo de A, recuerdo malo de C, recuerdo malo de A, recuerdo malo de B, recuerdo bueno de A, anulación de los recuerdos malos de A, A es bueno, B y C siguen siendo malos. Si ocurre algo bueno en una reiteración de la situación B o C, B y C también serán ahora buenos para mi. El error está en pasar por alto que la media de actos buenos de A y de actos malos de A es muy superior en cuanto a aspectos negativos que a positivos se refiere, y que un gran momento, como una gran cita a ciegas, no anula el hecho de que el 90 % de las citas sean incómodas, insustanciales, decepcionantes o simplemente un fracaso.

Ahora bien, ¿por qué, a pesar de estos razonamientos, nos movemos en un tiempo plagado de citas a ciegas? Hasta hace no mucho tiempo, las citas a ciegas se organizaban por iniciativa de terceras personas que coincidían en que debías conocer a alguien – Fulanito- porque “es ideal”, “me gusta para ti”, “te encantará”, “me pegais mogollón”. Pero los tiempos cambian, y hoy yo atribuiría la respuesta mucho más a internet, que se ha convertido gradual y desapercibidamente en nuestra principal agenda social: acudimos a él para informarnos de fechas de conciertos, de próximos eventos, de fiestas alucinantes, exposiciones, etc. ¿por qué no para informarnos de la gente en general? Y dentro de la gente en general, ¿por qué no para buscar a alguien en concreto? Internet es un mercado, con un enorme mueble expositor; en él encontramos desde música, a ciencia, pasando por moda, cine, literatura, prensa rosa, cotilleos, sexo, hasta personas muy concretas que se exponen como un objeto más en ese expositor ficticio de internet al que me refiero. Como clientes de internet, accedemos a ese expositor y consumimos esa música “on-line”, ese sexo en red o esa gente.

Que al ser humano le atraigan las citas es algo fácilmente explicable. Como seres motivados, en el sentido de que siempre existe un móvil que dirige nuestra acciones hacia una meta, constantemente nos enfrentamos a retos, puede que por elección pero si más por propia naturaleza. Una cita a ciegas supone emoción, intriga, curiosidad ... y de por sí es claramente un reto, es lo desconocido. Como algo desconocido, una cita a ciegas es algo que no podemos controlar, no es un terreno en el que sepamos como movernos aunque contemos con experiencias anteriores, dado que el terreno en el que hemos de movernos depende siempre de esa otra persona con la que vayamos a interactuar en esa cita. Ese desafío es el que incentiva la iniciativa de la persona en este campo.

Y, ¿qué buscamos en una cita a ciegas? Pasando por alto esa idea del reto, que es algo real y presente, pero presente de manera totalmente subjetiva – nadie queda a ciegas con otro alguien premeditadamente por incrementar ególatramente su autoestima mediante el desafío personal -, sino que más bien yo creo que en síntesis estaríamos hablando de sexo. La mayoría de las personas que se conocen por internet buscan sexo, ya sea de manera explícita o de una manera un poco más camuflada. Es totalmente comprensible: internet es una herramienta fácil y cómoda para todas esas personas, por suerte o desgracia, la inmensa mayoría, que carecen de tiempo para lo que viene siendo “ligar”, conocer gente, en definitiva, relacionarse en general. En este aspecto internet se convierte en una herramienta efectiva para tener compañía cuando la necesitas, puede quizá con 2 ó 3 días de margen de error.

Normalmente, y eso es lo poco racional que encontramos en este tipo de situaciones, la gente, sabe a lo que va. Explico: uno rellena un perfil en una página de citas – mueble expositor – y muestra aquello de él que quiere mostrar, así como aquello que espera encontrar en esa página, es decir, acota márgenes, dibuja un perímetro totalmente restrictivo de aquellos consumidores al otro lado de la pantalla. Después está el otro lado que decide si se encuentra o no en ese perímetro acotado, y que como va a responder al encontrarse dentro o fuera. De ahí mi metáfora del mercado: yo me vendo a este precio; puede darse que tu tengas el precio que te pido o que no lo tengas. Si no lo tienes puedes arriesgarte y regatear, y puede que yo ceda y venda, o que no. O puede darse que tengas el precio que pido pero que aquello que te vendo no te interese, en cuyo caso, ignoras mi oferta. También puede darse el caso – y eso es lo que espera tanto el que rellena un perfil, como el que observa los perfiles – que aquel que vende establezca un precio que aquel que mira tiene, y que el consumidor esté interesado en pagar ese precio.

Paralelamente a toda esa gente que busca sexo en internet, nos encontramos con los románticos soñadores, los menos, que buscan su media naranja. Hoy por hoy yo les diría que es raro comprarse algo en un mercado que dure para siempre. Y el consumo de relaciones en internet viene a ser lo mismo.

Bien es cierto que las citas a ciegas no son tan a ciegas como el nombre indica, y la propia red responde a ello. Vamos a nuestra cita con una idea premeditada de aquello que nos vamos a encontrar, es decir, físicamente casi siempre quedamos con gente de quien ya hemos visto una foto previa, y un poco más allá de lo externo, quedamos con gente por cuyo perfil sabemos de manera superficial que intereses tiene en cuanto a música, cine, vida social, relaciones o sexo. No obstante, a veces esta información, que en teoría sería una luz para no ir tan a ciegas, se convierte en todo lo contrario si la idea que hemos confabulado en nuestra mente, con esos datos, no existe en la realidad. En ese caso puede darse que la sorpresa nos agrade o que nos horrorice, y la última opción es la más habitual.

Lo bueno de las citas es que si ambos acudís con la misma intención, el factor práctico de la cita no os hará perder el tiempo ya que si ambos no congeniáis , no volveréis a quedar, y será un capítulo cerrado; algo mucho más sencillo que colgarte de alguien dentro de tu entorno que puede pasarse meses mareándote la perdiz.

La finalidad de las citas a ciegas es por tanto el consumo masivo de gente expuesta. Pero ¿qué hace que una cita funcione? Yo considero que una mera coincidencia de intenciones para con la otra persona, no basta, sencillamente porque esas intenciones nunca se mantienen homogéneas. Acudes a tu cita a ciegas con una idea X, que a la media hora de hablar con es apersona se transforma en una idea Y, si es idea Y es una idea negativa de la otra persona, probablemente te de igual que la conozca porque lo que deseas es salir corriendo de allí lo antes posible. Si la idea Y, por el contrario, es una idea positiva de esa persona que tienes en frente, lo más probable es que no quieras que la conozca tan explícitamente pero sí que pueda intuirla, dado que si explícitamente se lo dijeses lo más probable es que te catalogase de ansioso / a y por tanto un tipo desesperado que acude a la cita como medida de auxilio o algo por el estilo, y eso deja de ser sexy. Sin embargo si debe notarse un interés mutuo que ese si debe ser explícito porque, a fin de cuentas, el hecho de que una cita se produzca ya es una muestra de interés o de un relativo interés. Sin embargo, a pesar de que estas fueran las características de una cita perfecta, si los aplicásemos como guiones para una cita tampoco nos asegurarían al 100 % el triunfo: por nuestra parte podemos aplicarlos pero no sabemos como la otra parte responderá.

En todo caso, y pese a mi visión negativa de las citas a ciegas, yo les animo a que las tengan, porque toda experiencia nueva y desafiante es cuanto menos regeneradora mentalmente hablando en el sentido de que pese a que la cita o la toma de contacto con la otra persona nos aporte un catastrófico recuerdo de la misma, de seguro será un aprendizaje – para bien o para mal en nuestras citas posteriores – que no está bien desechar.
Y mi consejo viene porque hoy yo he tenido una gran cita ciegas – y digo yo, porque obvio que aún no se la reacción del otro bando – y para no contradecir mi teoría, como ciudadana media, pasaré por alto que un gran momento, como una gran cita a ciegas, no anula el hecho de que el 90 % de las citas sean incómodas, insustanciales, decepcionantes o simplemente un fracaso, y exaltaré el valor positivo de conocer gente nueva de esta manera.

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