sábado, 19 de diciembre de 2009

24. Duerme.

- “Una mano separa tu ombligo de tus pechos, media mano del principio de la vagina, media mano mide la vulva y aún desconozco la profundidad del coño. Una lengua entre el clítoris y la puerta de entrada a la boca del león, un dedo de ancho – o dos, o tres o cuatro, ... o depende, o una polla- , pero si he de describirte lo haría con miles de pétalos que te cubran: uno por ojo, uno entre los ojos, uno a lo ancho de la boca y tres por mejilla, y del codo a la punta del dedo índice van cinco en cadena. Pero he de parar, que contar me desespera, si eso implica recorrerte con la mente por entera: prefiero que sea a piel y lengua.

Te descubro cada día y he perdido la noción del tiempo en tus lunares, como el astrónomo que enloquece en sus delicias, y veo, que se me escapa vida al contemplarte, no se detiene el reloj de arena. ¿Tiempo perdido? Invertido en descifrar el enigma de tu cuerpo, que comienza en los pies, en la punta de tus dedos, y te emana del pelo que se desmorona sobre la almohada; pasa por tus rodillas que a veces tiemblan , y hace un giro en tus muslos para tocar tus nalgas, ... se detiene ; sube brotando de las caderas hasta el pecho, que esquiva la espalda, lame la nuca, y se escapa a la contra a besarte fuerte en la boca.

La porcelana con la que hicieron tu cuerpo no existe porque no existió tal porcelana de carne ni tal piel de porcelana, fue la porcelana platónica y soñada. Vajilla onírica pintada de ensueño, dibujó profusos senos y un corazón en el centro, más abajo, al que llamó ombligo. Aderezó la blanca silueta de topos marrones salteados, escupidos por el cuerpo sin esquema, rompiendo la armonía de la blanca porcelana, esa platónica y soñada. Un firme tajo rasgó tus piernas e hizo dos largos brazos bajos que cuelgan cuando te sientas en la alacena, blancos y blandos, largos y en apariencia débiles. Arriba, más arriba de los muslos, el tajo se incrementa, se hunde fuerte en la carne y lo pierdo de vista, me grita fuerte a la cara la presencia de tu vagina, tan blanca y pulcra, ligeramente rosada a los adentros, coronada de un flequillo de vello negro tan fino como el terciopelo. Sube, y no te detengas aunque te llame un aroma que quisieras para ti, y alcanza las montañas, sobrepasada la llanura limpia, montañas que culminan en dos enormes pezones rosas que chupar, que lamer y sobre los que descansar hasta las naturalezas muertas que reviven del calor que emana el pecho y el compás del corazón.


En el frió de tu rostro ya me pierdo, - que ilusión tratar de describirlo con palabras - pues aunque tus labios griten el calor que llevas dentro y tu lengua me haga descender a los infiernos, la gélida mirada que mantienes esquiva toda vida, te hace inerte. No puedo paliar eso – no lo intento -, seguiré acurrucando los instantes en el calor de tu forma.

Tiempo perdido. No logro descifrar el enigma de tu cuerpo. Tal vez todo se simplifique si permanezco más adentro.” – pensé mientras la veía dormida. - “Realmente, querida, me fatigas sin medida y sin piedad. Al oírte suspirar, se diría que sufres más que las busconas sexagenarias y que las ancianas mendigas que recogen mendrugos de pan a la puerta de las tabernas. Si al menos tus suspiros expresaran remordimiento, te honrarían un tanto; pero sólo traducen la saciedad del bienestar y el agobio del reposo. Y además, no cesas de prorrumpir en palabras inútiles: ¡ámame, lo necesito tanto!¡consuélame, por aquí, acaríciame, por allá! . Mira, voy a intentar curarte (...)” - .

Descubrí la sábana, arrastré la mano, entreabrí sus piernas, me saqué la polla y la penetré.

“Para conocer la dicha hay que tener el valor de tragársela”.

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